viernes, 26 de octubre de 2012

Teresita Fernández con sus Bastos oficios y El vaso roto


Teresita Fernández con sus Bastos oficios y El vaso roto

Por Olga Lidia Pérez

Fiel a una práctica que advertía sobre su fe de vida, Teresita Fernández iba entregando sus “posesiones materiales” a los amigos -y en no pocas ocasiones a otros que no lo eran tanto- casi todos sus bienes materiales, incluso parte de su obra y hasta los reconocimientos que por ella recibía. Fue así que un buen día me entregó, cuando todavía habitaba su casa del barrio La Finquita, en el Cerro, dos poemarios suyos hasta entonces totalmente inéditos: “Los bastos oficios” y “El vaso roto”, para que los “custodiara o conservara”.

Y cuando surgió la idea de unas mini-ediciones que caracterizaran a la Casa de la Poesía, a finales de 1998, fueron esos dos poemarios los seleccionados para emprender la aventura. 

No pudimos siquiera consultarle, porque Teresita se encontraba actuando en España, pero digitalizamos los textos y preparamos únicamente cinco ejemplares. El formato era una caja de fósforo: dentro, por supuesto, iban los textos, en páginas sueltas pero enumeradas, mientras que la pieza exterior iba toda cubierta con un diseño que contenía los títulos del libro, el nombre de su autora, el logo de las Ediciones y, en la parte posterior, se hacía saber, entre otros datos, la cantidad de ejemplares y la fecha de edición.

La presentación se realizó el 24 de diciembre de 1998, y con ella se inauguraba también la peña quincenal que le daba nombre, “Como un ave libre”. Aquel primer encuentro, dedicado a homenajear a la gran trovadora cubana que cuatro días antes había arribado a sus sesenta y ocho años.

Tres reediciones llegaron después, de veinte ejemplares cada una, y quedaron completamente agotadas. La biblioteca “Ada Elba Pérez” de la Casa de la Poesía conserva en sus fondos los ejemplares correspondientes. 


En las palabras de presentación a aquella primera edición se afirmaba: 

Para quienes “crecimos con sus canciones”, o incluso para muchos de sus contemporáneos, tropezar con un poemario de Teresita Fernández no es únicamente un acontecimiento fabuloso sino una muy grata y rara sorpresa, de esas que ayudan a alimentar el alma y a fortalecer las piernas para continuar el camino.

Porque esta gran poetisa de la vida logra trasmitir la belleza de la cotidianidad con fuerza y sobriedad, con humor y amor, con la intensidad propia de su gran espiritualidad de ser humano sorprendente y nuevo tras cada verso; porque es, al decir de Fina García-Marruz, fuego, trueno mayor. Y porque Teresita es genéticamente una poetisa que canta o narra; es una poetisa hasta cuando se cuenta a sí misma las enrevesadas y fantásticas historias de su andar nómada y único por sus más de seis décadas de vida; porque Teresita vino al mundo con el don de la palabra, para atraparnos con sus versos como nos atrapa con sus canciones y anécdotas, la Casa de la Poesía, en la voz de su espacio COMO UN AVE LIBRE, ha querido homenajearla en su cumpleaños sesenta y ocho presentando esta mini-edición de cinco ejemplares -¡la primera de nuestra institución!- donde aparecen recogidos dos poemarios, “Los bastos oficios” y “El vaso roto”.

Los poemas que integran el primero tienen el encanto natural de las flores silvestres, las mariposas o las lagartijas; desprenden el olor de la sencillez o de la vida, y nos llevan al encuentro con nosotros mismos. El segundo constituye una joya, muy teresiana, de prosa poética o quizás, de la mejor poesía. Y ambos son, a fin de cuentas, testimonio de la autenticidad creativa y de la sensibilidad artística de esta mujer martiana y cristiana que desde hace ya tiempo dejó su huella inconfundible en la cultura cubana…

Teresita Fernández, maestra, poeta, compositora, trovadora y narradora oral, nació en Santa Clara, el 20 de diciembre de 1930. Su obra musical, sobre todo la dedicada a los niños que ha sido la más difundida, es un magisterio en nuestro país y en muchos otros de Hispanoamérica. Y por el valor incalculable de su legado ha recibido numerosos premios y distinciones, entre ellos, el Premio Nacional de Música 2009, la Orden Félix Varela, la Orden Juan Marinello, el Premio Nacional de Cultura Comunitaria 2002, el Premio Chaman, la Distinción por la Cultura Nacional, la réplica del Machete de Máximo Gómez y la distinción Los Zapaticos de Rosa.

Del primero de los cuadernos, Los bastos oficios, compartimos con los lectores tres de sus poemas, “Barrer”, “Cocinar” y “Lavar”, y del segundo, El vaso roto, “La flor de luz”:

Barrer

¡Qué cetro rítmico la escoba
en el vals cotidiano!
¡Qué inmundicias arrastra
la humilde, la sin queja!
Con cerquillo gastado
y delgadez de rama.
¡Qué abandonada queda
silenciosa
sin más elogio que su ausencia!
Frágil amor
que limpia
el alma de las cosas.

Cocinar

Ya no crepitan
en el hogar antiguo
los carbones ardientes.
El pote abuelo
hirviente me reclama.
Añoro la llama
que coce el alimento
que me alza.
Renovada.
Aprendo tu mudez.

Lavar

Mar pequeño de espuma
soltando al sol
palomas principales.
A la sombra
colores que la luz devora.
Banderas de amor al viento.
Tus olas
golpean la trama.
Oficio de lavar
sea yo la pieza
que espera turno
en la colada.

La flor de luz

La belleza luce más,
cuando no pretende
enfrentarse con la razón.

Y de pronto, la flor de luz se reflejó en el techo. Pensé enseguida en el sol batiendo el agua detenida en algún lugar detrás del muro. La música se elevaba y la flor danzaba a su compás, cristalina, transparente, luminosa como una flor de agua, anémona o vorticela prodigiosa, me quedé suspendida del hilo que me llegaba de la flor de magia.
El disco giraba y el rayo de luz bajaba y luego ascendía y se rompía en flor, una flor única, mía, silvestre, soñada, danzante, pegada al techo. Entonces comencé a jugar con la flor, la luz, el espejo y el disco, que giraba mientras la música ascendía hasta la flor.
Le puse cisnes, caballitos, mariposas en sombra, gaviotas… le puse chispas de colores, piedras que reflejaban la luz y salpicaban
la pared del cuarto como si el polen de la flor mágica se hubiera desprendido y pintara las paredes de colores de niñez, y una bolita azul y otra verde… y entonces te grité casi ahogada de inocencia: ¡He descubierto una alegría!, Una pequeña alegría en un rayo de sol que se fuga.
Entonces hablaste de no sé quién, que tenía un aparato no sé dónde, que hacía más o menos lo mismo, y me preguntaste si no había visto no sé qué cosa donde a los caballos les salpicaba la nieve, y yo grité y grité, porque el rayo de sol se fugaba, porque la flor languidecía...
Y grité, porque toda la nieve que viste caer no sé donde, ni con cuál aparato, había caído sobre mi flor fugitiva que se apagó.
Envejecí de súbito.



miércoles, 24 de octubre de 2012

Wildy, cubanía como fuente y destino

Wildy, cubanía como fuente y destino

Por Olga Lidia Pérez


Para quienes lo ven desandar las calles de la ciudad con su cámara fotográfica colgada al cuello debe parecer un fotógrafo de los tantos que van atrapando con su lente la historia o la vida de la capital. Y no dejarán de tener razón, solo que el mundo creativo y artístico de este hombre, desborda estos límites y se adentra en regiones menos conocidas y, probablemente, más arriesgadas.

Israel Wilfredo Díaz, Wildy, es fotógrafo de profesión y vocación. Hace más de tres décadas trabaja como fotorreportero en la revista Somos jóvenes, de la Casa Editora Abril, y ha mostrado su trabajo en numerosas exposiciones personales y en diversas publicaciones en Cuba y en el extranjero.

Durante muchos años, Wildy recorrió Cuba, sin recursos y a pura voluntad en los durísimos años del periodo Especial, para conformar probablemente el mayor archivo fotográfico de un tesoro, casi patrimonial y todavía poco valorado: las locomotoras de vapor que aún continuaban funcionando en nuestro país. 

No se limitó únicamente a fotografiarlas. Wildy investigó, se documentó y devino –me atrevo a afirmarlo- uno de los mayores conocedores de nuestras “reliquias de hierro”. Y además, promotor constante de su conservación, que intentó sensibilizar a personas e instituciones que pudieran salvaguardarlas.

Sobre aquellas primeras exposiciones, expresó en una entrevista:

Conformé ‘Ferrocarriles del ingenio’ con estampas de tres centrales azucareros granmenses donde aún funcionaban locomotoras de vapor. Luego visité otros colosos, según mis posibilidades, y amplié la muestra con nuevas fotos. Era un tema interesante, desconocido.
“Guardo un grato recuerdo de la apertura; asistieron miembros del Club de Fotógrafos de Bayamo, habituales de la galería, y obreros de uno de los ingenios; muchos de ellos nunca habían estado en una sala de arte y se sintieron reconocidos en primera persona cuando vieron sus rostros, sus máquinas. ‘Ahí estaba la rueda y la poesía de la rueda, ahí estaba la antigüedad que siempre es poesía’, había dicho Martí en una exposición de materiales ferroviarios en Chicago, y ese era mi sentimiento”. 

Y el reconocido y recordado ensayista y crítico Rufo Caballero afirmó ante otra de sus exposiciones:

Wildy ha vuelto a elevarse, para diseccionar, pese a todo el encanto perdido de un tema querible: el ferrocarril es el refugio sublime que ha podido advertir, y hacia el cual nos seduce en toda su vocación de artista”.
Pero otra pasión lo atrapó después. Con la llegada del nuevo milenio -y sin abandonar la fotografía, claro está-, Wildy se entregó al modelismo. Gracias a su talento y laboriosidad, hemos podido ver navegar en insospechados lugares, “El Pilar”, ese famoso yate de Hemingway, llevado a un modelo navegable y guiado por control remoto. Luego fueron las réplicas, entre otras, de una lancha torpedera inglesa de la Segunda Guerra Mundial, y del cazasubmarino de bandera cubana que hundiera al submarino alemán U-176 en las inmediaciones de Isabela de Sagua en 1943.
Wildy es un hombre generoso, leal, cubano de raíz y alma, de una honestidad a prueba de balas y siempre presto a la entrega, a la colaboración. Su blog sobre modelismo cubano ha recibido la visita de miles y miles de cibernautas.

Wildy es pues ese artista que hoy sigue desandando la ciudad y el país, casi sin recursos, para compartir sueños, habilidades y saberes, y es un privilegio nuestro saberle aquí, convirtiendo utopías en certezas, con la cubanía, la identidad, como fuente y destino.

jueves, 18 de octubre de 2012

Vitalia vitalidad



Vitalia vitalidad

Por Olga Lidia Pérez

Fue en septiembre de 1997, al iniciar la hermosa aventura de las bienales Identidad de homenaje a Ada Elba Pérez, cuando conocí a Vitalia Figueroa. Era probablemente, entre aquellos primeros participantes, la que más atrás en el tiempo había nacido, y a la vez, una de los que más intensamente vivía, como si recién se adentrara en la adolescencia. No paraba de hacer uso del don de la improvisación, ágil, pícara, traviesa.

En Jarahueca, provincia de Sancti Spíritus, que fue la sede única de aquel primer evento, no solo participó en las actividades regidas por la música campesina y el repentismo, sino en todas las que se celebraron, siempre sonriente, incansable. Cuando retornábamos a La Habana bien exhaustos todos, Vitalia anunció que esa misma noche tendría una canturía a la que sin dudas iba a llevar su brío tremendo, su osadía toda.

Asombrada ante tal energía, la llamé Vitalia Vitalidad, en una décima que escribí mientras culminábamos la travesía, pero que no alcanzó a describirla, claro está. 

Vitalia Figueroa, matancera de nacimiento, güinera por adopción y habanera por profesión y corazón, fue desde bien joven una mujer osada, capaz de irrumpir y triunfar en un arte entonces copado casi totalmente por los hombres: el arte de improvisar. 

Vita y su pasión por la décima, por el misterio del repentismo, llegaron no ya a las canturías sino también a la radio. Durante veintidós años trabajó en “Vivimos en campo alegre” de Radio Rebelde, y participó regularmente en otros como “El guateque del mediodía”, “Buenos días, agricultor”, o “La Parranda”. Y ha recorrido además el país todo, y fue fundadora de las Jornadas Cucalambeanas, y no ha quedado reto poético que no haya enfrentado y vencido.
Y por toda esta consagración y por la historia que siguió esculpiendo, incansable, recibió en el 2009, de manos del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, un Diploma otorgado por la Cátedra de Improvisación del Instituto Superior de Arte.
En 1998, fundó además, en Arrollo Naranjo, la peña “Justo Vega”, un espacio cultural comunitario, dedicado a la décima y al repentismo que condujo durante más de una década, con el mismo entusiasmo con el que improvisaba.

De Vitalia, el poeta Waldo González afirmó “es una improvisadora nata y neta, pues lo hace con facilidad y espontaneidad extraordinarias, por muy complejo que sea el pie forzado, y lo asume recurriendo a una amplia gama de tonadas que se apoyan en una voz excelente”.

Ediciones Extramuros editó en el 2009 su cuaderno Cuando se entrega el amor, que recoge una muestra de su quehacer en el repentismo. 

A punto de celebrar sus 79 años, su vitalidad legendaria, su sencillez, su osadía, su entrega, su frescura y su cubanía son parte irrefutable de la historia y del presente del repentismo cubano.
Permítanme compartir con ustedes, humildemente, y a modo de felicitación y admiración permanente por Vitalia, la décima que me hizo brotar aquel 21 de septiembre de 1997:

Vitalia vitalidad,
vitalidad vitaliana,
tan vital que se desgrana
en cantos de eternidad.
Toda la fragilidad
del mundo se desvanece
cuando Vitalia florece
en cada verso arrancado
al alma, y desesperado
un sueño nuevo nos crece. 



martes, 16 de octubre de 2012

La profesora diferente


La profesora diferente
Por Olga Lidia Pérez

Cuando todavía no nos había dado clases, ya era para nosotros, estudiantes entonces de los primeros años de Lengua Francesa en la Universidad de La Habana, una profesora singular.

No conocíamos bien su nombre. Era tan solo una de las tres profesoras francesas que impartían clases en la Facultad de Lenguas, en aquellos primeros años de la década del 80; pero que llegaba diariamente, no en las guaguas -también entonces esquivas y difíciles-, ni un auto, sino en una bicicleta pequeña, con un cesto delante del timón, donde transportaba documentos y bolso. 

Ahora, treinta años después, nada tendría de singular porque las bicicletas forman parte de nuestra cotidianidad, pero en aquel momento llamaba inmensamente la atención.

Luego Wanda llegó a nuestra aula y con ella, una dimensión diferente –hondamente humana- de la lengua, la historia, la cultura y en especial la literatura francesa. Nos trajo a Flaubert, explicado y disfrutado de un modo que no alcanzo a describir, pero también canciones francesas para niños, clásicas, bien conocidas, que nos cantó y nos hizo cantar para quedaran grabadas en nuestra memoria. Un hijo suyo, que tocaba el piano –nos contó-, había grabado en un casete la melodía, el acompañamiento.

Un día, cuando debatíamos un cuento que abordaba la ocupación alemana en Francia y ante una pregunta seguramente ingenua de mi parte, y para que aprendiéramos a valorar los acontecimientos en toda su dimensión, en todos sus tonos y matices, nos contó una desgarradora historia de su propia familia de origen polaco y la barbarie nazi.

Después nos graduamos y ella siguió siendo Wanda Lekszycki, una respetada y querida profesora de francés de ojos inmensamente azules. Solo después supimos que el hijo pianista se llamaba Ernán, y el percusionista Ruy, y que su compañero era Leonel López-Nussa.

Años más tarde nos reencontramos en el patio que comparten La Casa de la Poesía y el Centro Pablo de la Torriente Brau. Estaba yo ultimando detalles para dar inicio a un espacio que quincenalmente conducía entonces, la peña “Como un ave libre”, y Wanda venía a visitar al Centro Pablo donde se preparaba una exposición de homenaje a Leonel López-Nussa. A la emoción que viví al reencontrarla se sumó el honor tremendo de tenerla sentada en el público de la Peña, porque tuvo la gentileza de quedarse hasta el final y ofrecerme sus alentadoras opiniones. 

Recientemente, al leer el artículo “La familia de Wanda y Leonel” de Pedro de la Hoz, todas las nostalgias volvieron de golpe, y quise entonces aportar modestamente y en su homenaje, mi visión de una mujer singularísima que no solo fue “la madre de los muchachos, con una sensibilidad especial para la música, (que) estimulaba al igual que Leonel, el camino emprendido por sus vástagos”, sino también una profesora excelente, una pedagoga que supo mostrarnos el alma profunda de las obras y los hombres. 

La Habana, 14 de septiembre de 2012

sábado, 13 de octubre de 2012

El misterio que te hechiza: Liuba María Hevia y el tango


El misterio que te hechiza: Liuba María Hevia y el tango[1]

Por Olga Lidia Pérez
‘De ayer y un sueño son la misma cosa’, dijo Borges, y entonces, me apropio hoy de su certeza cuando regreso una y otra vez –¿o no parto?- a la noche del pasado 1ro de septiembre, en el teatro Mella en La Habana, cuando Liuba María Hevia nos atrapó nuevamente, no ya solo con la magia poderosa y límpida de su voz o de su obra, sino con su interpretación de casi una veintena de tangos, la mayoría recogidos en su CD “Naranjo en flor”, y todos, sin dudas, arropados en su pasión por un género con especial arraigo entre los cubanos.
El tango, el tango… Declarado por la UNESCO, precisamente en septiembre, pero del año 2009, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el tango y todo su universo, como es de sobra conocido, no limitan su influencia a la cuenca del río La Plata: su embrujo ha ido conquistando cultores y admiradores por todos los rincones del planeta. “El tango ha difundido el espíritu de su comunidad por el mundo entero, adaptándose a nuevos entornos y al paso del tiempo”, asevera la UNESCO al describirlo. Y claro está, Cuba, musical y sensible, quedó también hechizada desde bien temprano. A todo lo largo de la isla surgieron y se multiplicaron las peñas de tango, los admiradores e imitadores de Gardel o Libertad Lamarque, los programas especializados en la radio y la difusión de filmes dedicados a este género y a sus principales cultores.
Y de tal seducción, se nutrió Liuba María Hevia, como lo hizo de otras raíces más cercanas, más nuestras –la guajira, la habanera-, y desde sus primeros conciertos, acompañada ya por su grupo, nunca faltó un tango: a veces “Balada para un loco” (de Ferrer y Piazzolla), otras “Cambalache” (de Santos Discépolo) o “Malena” (de Homero Manzi), para solo citar tres de los más reiterados. Es decir, que la trovadora cubana que es Liuba, nos fue desde siempre anunciando lo que hoy es certeza hermosísima: el CD “Naranjo en flor”, la primer antología del tango en nuestro país, nacida además de su persistencia y gracias a la acogida del sello discográfico La Ceiba, de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Un disco fundamental, cuidado hasta el último detalle, que lleva consigo la pasión y la interpretación tanguera de Liuba, y la poesía intensísima, aguda y singular de un género que en pleno siglo XXI mantiene su vitalidad tremenda y su esencia.
A punto de cumplir 30 años de trabajo artístico, con más de 10 discos y tras una producción discográfica tan sólida y trascendente como “Puertas”, que te exigió un ejercicio importante de decantación a la hora de elegir los temas que lo integrarían, llega ahora “Naranjo en flor”. ¿Por qué un disco de tangos? ¿Por qué priorizarlo a las numerosas canciones tuyas que aguardan para ser grabadas?
—Cuando uno va a hacer arte, tiene que despojarse hasta del amor propio, y sentarse en la butaca de un teatro para sentirse espectador. Yo creo que había mucha gente esperando sentarse en esa butaca para escuchar este disco; disco que me debía a mí en primer lugar, le debía al público, a mi madre, a Ada Elba Pérez, a los amigos, a muchísimos músicos con los que he trabajado y saben de mi pasión por la música del sur y en particular por el tango. Pudo haber sido mi primer o segundo disco, ¿quién sabe? Para mí, demoró mucho, aunque también está tan lleno de amor y tan maduro su nacimiento, que seguramente llegó en el momento adecuado, pues en la vida todo tiene su tiempo, su espacio.
Era un disco que estuvo durante años a punto de hacerse -así como el de Teresita Fernández-, pero siempre ocurría algo, una incomprensión, una falta de pasión del receptor que lo podía hacer posible, y teníamos que postergarlo, hasta que se interesaron en el proyecto la Oficina del Historiador y su sello La Ceiba, un conjunto de personas que admiro mucho porque son cazadores de maravillas, de esas que están ocultas en la ciudad y que hay que sacar a la luz, y tienen esa especie de misión, no se rigen por lo comercial, como a veces se rigen las discográficas, que no valoran por ejemplo que la música mexicana -que no es con la que me identifico yo- y el tango son parte de la cultura de este país, y les debíamos un disco al tango, como le deben un disco a la música mexicana quienes la cultivan.
—El tango tuvo en Cuba, desde sus inicios, una acogida extraordinaria: numerosos imitadores de Gardel, sobre todo, otros con estilos propios, bailadores, apasionados tangueros… crearon y mantuvieron en diversas regiones del país las conocidas casas del tango y esas peñas que acabas de mencionar. Incluso, en 1984 Casa de las Américas organizó el Festival ‘Ayer y hoy el Tango’, “el más grande e importante celebrado en el mundo”,[2] al que asistieron las más prominentes figuras del tango a nivel mundial. Y aunque el cubano mantiene una especial comunicación con el tango, su difusión actual es prácticamente nula. “Naranjo en flor”, entonces, llenará una parte de ese gran vacío en la producción nacional del género, pero en el mundo, en América Latina, son numerosísimos y variados los discos de tangos. ¿Cuánto de riesgo asumes? ¿Cómo concebiste entonces esta producción? ¿Cómo diferenciarla en el prolífero mundo del tango?
—Cuando me dispuse a realizar esta producción, lo primero que quise fue hacer el tango como siempre lo hago en mis conciertos. No asumir poses, no hacer ninguna transformación, ninguna escenografía que me llevara a buscar una u otra forma de las que existen o no en el mercado, sino hacerlo como lo siento, a buscar el tango que tenemos dentro, el que hacemos desde la canción trovadoresca, el que hace Pedro Luis Ferrer, el que le gusta tanto a Amaury, el que hacía Sara, el que disfrutan tantos trovadores… Muchos de los temas escogidos ya tenían sus arreglos hechos. El de “Malena”, por ejemplo, de Arnulfo Guerra, a cello y bajo, fue justamente así, tal cual estaba, al disco, y el de “Cambalache”, el Guajiro[3] lo había escrito años atrás y solo se le sumaron unos detalles.
Soy de las que ve el tango en movimiento, no de las que se acercó buscando el sonido de un cantante de los que más me han gustado, ¡y muchos me han gustado! Aquí, como bien tú decías, hubo muchas maneras de hacer el tango, algunos se disfrazaban, se ponían en medio del calor una bufanda, un sombrero de lado y cantaban y te hablaban como argentinos en las peñas. Era como un sueño que tenían, como si vivieran en otro planeta que ni siquiera era Argentina… Era un tanto caricaturesco, pero nacía del respeto y el amor que tenían por ese género y su embrujo. Porque el tango tiene un misterio que te hechiza de una forma, que a mi modo de ver solo lo logran complejos musicales como el suyo o como el del flamenco… Son músicas volcánicas, que te sacan todo para afuera, y no hay manera de esconder el alma.
Este disco es una continuación de mis discos, de los discos de Liuba, donde esa misma mujer que hace canciones, sin desviar su camino, se detiene un momento para dedicarle espacio al tango. Ahí están los chelos con los que trabajo, la forma en que interpreto…, formaciones similares o cercanas a mi mundo, excepto, por ejemplo, la presencia del bandoneón, muy de Argentina y del género, por supuesto, pero que para mí era muy importante que estuviera, no en todos los temas, sino de cómplice, entrando y saliendo como un aire sureño moviéndose en algunos tracks del disco. Es decir, me propuse hacer un tango que sin dejar de serlo, fuera un tango a lo cubano, y no por ponerle instrumentaciones nuestras, percusiones que arrastraran para acá el ritmo, sino por hacerlo como lo sentimos: libre, aunque respetando sus esencias, sus melodías. Eso fue lo que hicimos, abordarlos como si fueran canciones de la trova cubana. Claro, hay otro detalle que puede marcar lo cubano: la dicción, la manera de expresarnos que tenemos… Y el mayor halago que he podido recibir de algunos argentinos que lo han escuchado es precisamente ese: sin dejar de ser tango, es un tango a lo cubano.
—Mencionabas el misterio hechizador de los complejos del tango y el flamenco, pero el tango une a su música volcánica, como la acabas de definir, la obligación de pensar, de detenerte en sus textos que son grandes poemas dichos, digamos, de la manera más sencilla en la mayoría de los casos, o dramáticamente sencilla en otros. ¿No hay acaso algo que emparenta ese decir del tango con lo mejor de la trova cubana?
—Exacto. Sin dudas los tangos son poemas. De hecho en muchos casos se unen escritores, grandes poetas, como es el caso de Fernando ‘Pino’ Solanas, quien hace junto a Astor Piazzolla “Vuelvo al sur”, por ejemplo, que es el primer track del disco, o de Horacio Ferrer, autor de “Chiquilín de Bachín”, también con Piazzolla. Te encuentras muchas veces dos autores precisamente por eso, porque muchos letristas son poetas, escritores que se han implicado en este mundo. Sin dudas, tiene un decir muy propio que difiere de la otra poesía que no está bañada por el tango. Tiene un desenfreno, tiene un desnudo que va directo a lente visor, con una agudeza, con un desenfado que no tiene incluso esa otra poesía maravillosa que existe en el Sur. La escritura de los tangos tiene un algo indescriptible. Tú lees un texto y dices: “esto puede ser seguramente un tango”. Y así es.
Más allá de lo dramático...
—Más allá de lo dramático, porque es ese contraste el que lo hace tremendo. Por ejemplo, “Tú, que tímida y fatal, te arreglas el dolor después de sollozar”.[4] ¿Entiendes?
Ese vuelo mayor que tiene el tango, podrá ser de alguna manera pariente de la habanera, el bolero, el fado…, pero la poesía del tango es potente, es una bomba. Desde los tangos primeros de Gardel y Le Pera, desde esa época se están oyendo cosas despampanantes, y hablan de hechos a veces hasta mundanos, coloquiales, del día a día, pero tratados de una manera única. ¡Y estamos hablando a veces de gente que no son siquiera escritores, estamos hablando de los inicios del tango!
—Algo también muy característico del tango, que no es usual en otros géneros, es la cantidad de letristas…
—¡No puedes imaginar la cantidad de letristas…! Aquí mismo, en este disco, ¿cuántos letristas hay? Muchísimos. Están solamente los casos de Enrique Santos Discépolo con “Cambalache”, autor de texto y música, de Eladia Blázquez y María Elena Walsh, excelentes poetas y compositoras, con “A un semejante” y “El cuarenta y cinco”, y de Osvaldo Montes con su “Niebla del tiempo”. El resto de los temas tienen todos dos autores, un letrista y un músico.
—Los dieciséis tangos incluidos se diferencian en época, autores, conceptos y temas. ¿Cómo los seleccionaste entre tantos que te apasionan?
—Fue deliciosa y a la vez dolorosa la selección. No quise irme por lo fácil de elegir lo conocido en Cuba, porque, como se sabe, en una época aquí se conoció mucho el tango pero hace tiempo que no se divulga, solamente sobrevivieron un programa que se llama “Hogar del tango”, en la COCO, y alguna que otra peña, y hubiera sido muy fácil hacer un pacto con la moda o la memoria popular, pero me parecía una traición desaprovechar esa oportunidad que no han tenido los que se han dedicado únicamente a este género, y en nombre de ellos, homenajeándolos, me di a la tarea de hacer una pequeña panorámica de lo que ha ocurrido en estos años. Un tanto atrevida esta selección porque fue a partir también de mis gustos, de mis vivencias, pero quise buscar un balance temático y de época, que diera un movimiento dramatúrgico, emotivo, diferente para crear las curvas en el disco, como hago en los discos de mis canciones: hablar de la infancia, de la importancia de la raíz, el hogar, la familia, el desencuentro amoroso, el recuerdo… Y ahí están entre otras, “La niebla del tiempo” por el recuerdo, “Malena”, que es un canto al amor; “Sus ojos se cerraron”, un canto a la muerte; “Chiquilín de Bachín”, el desamparo de muchos niños, tema tratado con una delicadeza admirable; “Volver”, que aborda el reencuentro; “Cambalache”, una crítica a la sociedad; “Maquillaje”, canción más irónica; “Los mareados”, una despedida; “Caserón de tejas”, el recuerdo de la infancia; “Como dos extraños”, una canción también de ruptura, de mirar las cosas cuando pasa el tiempo; “El día que me quieras”, un clásico de Gardel, que es un canto de amor, una canción esperanzadora; y “Naranjo en flor”, un tema que conocí en el año 1993 y que me marcó muchísimo, y siempre supe que tenía que estar en este disco, y además darle su nombre.
—¿Y por qué “Naranjo en flor” es el tango que da título al disco?
—Porque encierra un criterio de dolor, de madurez del dolor, apropiado a mi edad, a mi tiempo, a mi vida; porque tiene movimiento su nombre, tiene sabor, olor, y lo siento también muy dulce para levantar el disco, para arroparlo.
—En la dedicatoria hay una parte muy especial que ratifica esa vocación de homenaje, de reconocimiento a quienes quedaron posesos por el tango en Cuba: “A Edmundo Daugar quien me abrió las puertas de La Casa del Tango de Neptuno; a Diana Ramírez que hasta allí me condujo y me obsequió una guitarra embrujada de sur; a Bertha Pernas, la Dama del Tango, que gentilmente me permitió cantar con ella en el documental ‘Sueño Tangos’ y a Germán Garcil, a quien no pude conocer pero que todavía hoy me estremece con su ‘Balada para un loco’; a todos los cantores que en Cuba se han entregado a este género que no permite excursiones, sino entrega y desvelo amoroso”.
—Muchos de ellos pudieron haberse dedicado a cantar boleros, canciones, porque eran excelentes voces, pero prefirieron no traicionar el género; sintieron que tenían la misión de cantar tangos y cantaron solamente tangos, sin que nunca pudieran hacer un disco. Llevaban el tango dentro y no pudieron sacarlo totalmente, por eso para mí era una responsabilidad mayor hacer este disco. Yo tenía la misión de elegir, de ser cuidadosa en la elección, por ellos, sobre todo, porque además han sido celosos con sus repertorios.
—Te referiste anteriormente a los arreglos del disco, pero, ¿cómo los concebiste y cómo lograste esa unidad indiscutible y a la vez mantener su individualidad?
—Busqué diferenciar todos y cada uno de los arreglos. Trabajaron varios músicos. El Guajiro Miranda hizo el de “Chiquilín de Bachín”, y Waldo Lavaut dos, también formidables, con temas muy difíciles y menores, porque le tocó la muerte y “Caserón de tejas”, pero quería lograr con él una visión de orquesta, mientras que en el caso del Guajiro, necesitaba un arreglo más infantil, más coloquial. Hay varios también de Arnulfo Guerra, que empiezan muchos con el bajo, sonido que quise explotar en el disco, porque desde hace varios años, estoy acompañándome con el bajo, no solo en los tangos, sino también en las canciones, algo que le ha dado un toque muy personal a mis últimos trabajos. En un inicio lo hice por experimentar en un par de temas, pero Ernán López-Nussa me sugirió que aprovechara esa idea, porque daba un color diferente, que contrasta mucho con mi voz. Y fui tomando en serio lo que por intuición estaba saliendo y ya tenemos un repertorio bastante amplio a voz y bajo.
Ana Lilian Báez hizo otro arreglo muy hermoso del tema de Eladia Blázquez, además de compartir otros con Arnulfo y el Guajiro, y tocar las guitarras acústicas con momentos magistrales. También hay un par de temas donde aparezco con el Guajiro en arreglos que son prácticamente ilustrativos, no son grandes orquestaciones, sino breves notas que se mueven retocando líneas melódicas, como es el caso de “Vuelvo al sur” y “Maquillaje”, donde el bajo va haciendo un ostinato mientras canto, y la guitarra improvisa, y el celo hace notas largas respondiendo a la voz… Es muy sencillo. Y hay otros dúos y tríos de creación con el Guajiro, Arnulfo y Waldo… A mí me gusta mucho el trabajo en equipo porque recoge el estilo, la visión de dos personas y al final se logra un equilibrio muy particular.
Otra es la historia del tema más joven, “La niebla del tiempo”, que me fue propuesto por su autor, Osvaldo Montes, colaborador especial del disco y un excelente músico y compositor argentino, que hizo, por ejemplo, la música de la película “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela. Osvaldo compuso ese tema para el filme canadiense “Le ciel sur la tête”,[5] pero el arreglo para mi disco fue realizado por Gustavo “Popi” Spatocco, un extraordinario músico y pianista argentino, que durante años formó parte del grupo acompañante de la inmensa Mercedes Sosa.
En el caso del bandoneón de Walter Ríos, un gran instrumentista, de los grandes de Argentina, quien trabajó también muchos años con Mercedes Sosa, que tocó con Piazzolla, y en el del maestro Jorge Chicoy, el gran guitarrista nuestro, la aparición de ambos es improvisando, no se les escribieron partituras, solo les mandamos las armonías y ellos tocaron encima, lo que reclamó después un trabajo de mezcla muy cuidadoso, para lograr, por ejemplo, el diálogo entre el cello y el bandoneón: entre Liuba y Argentina.
—En tus discos, igual que en tus conciertos, siempre te ha gustado tener invitados. Además de Walter Ríos y Jorge Chicoy, otros dos intérpretes excepcionales nos sorprenden en “Naranjo en flor”: Broselianda Hernández y Santiago Feliú.
—Había tenido dos experiencias fantásticas con cada uno de ellos y no quería que esa magia que viví en los conciertos se perdiera. Quería llegar al disco con ese hechizo, no ir a la limpieza exagerada, premeditada… Con Santiago, hacer lo que hicimos en Casa de las Américas, cantar de momentos por octavas, hacer voces, robarme un línea él, de pronto robarle otra yo, que sonara informal, y estoy muy feliz por el resultado. Y así fue también con Broselianda. En primer lugar, yo soy una admiradora de ambos, de Santiaguito y de Brose, una de las actrices más importantes de la televisión, el teatro y el cine cubanos, una mujer que ha marcado historia. Lo primero que voy a halagar en ella es que aceptó estar en el concierto “Puertas” sin haber sido la primera persona que invité, y tuvo la humildad de ir supliendo a otra artista, lo que la engrandeció muchísimo más, algo que parecía imposible, ante mí y ante el público. Y fue una suerte, porque con ninguna otra actriz hubiera logrado ese diálogo, esa complicidad en la escena, esa atmósfera… Las dos estábamos pasando por un momento muy difícil, y Broselianda, que es muy honesta humana y artísticamente, llevó ese desgarramiento al escenario. En realidad, no actuamos, nos confesamos lo que nos pasaba, solo que con melodía y con letra de un tango, y eso fue fantástico. Entonces quise llevar eso al estudio, pero llevarlo así. Fíjate que no ensayamos ni nada. Se hicieron dos tomas, y en esa dos tomas únicas, salió lo que está en el disco. Y lo hicimos a la vez, cantando simultáneamente una frente a la otra. Una experiencia única.
—Liuba, si hay algo que caracteriza a este CD, es la exquisitez de su diseño, el cuidado de su concepción, el detalle, la armonía, que a mi juicio, no solo capta sino que deviene también lenguaje del tango que arropa.
—Cuando un diseño logra reflejar lo que hay dentro musicalmente, ya hay un comprometimiento estético general logrado, una puerta abierta por donde sale todo, sonido, imagen… Y creo que en este disco se logra esa complicidad. Y de eso me habló Fina García Marruz que cuando le regalé el disco, me dijo: “El librito es tan hermoso porque tienes una mirada de mujer inteligente que no tiene edad…”. ¡Una cosa bella! El disco tiene lo sobrio y a la vez lo atrevido, tiene el desenfado del tango, tiene un blanco y negro, y una especie de sepia que te remite al pasado, pero a la vez un rojo que puede estar en los labios, en una prenda que tengas en la ropa, en un tacón, porque el tango también es sensualidad, es intimidad, es desgarradura, es sangre… La idea era hacer algo que fuera prácticamente un libro, algo más que un disco, un gran libro que flotara con el tiempo, ¿no?, y creo que se logró. Las fotos son de un gran artista canario, José Novelle y el diseño de Iris Fundora, quien propuso el lenguaje, la idea de recordar los discos de vinilo… También están las fotos de estudio, de la grabación del disco, que fueron tomadas por Olivia Prendes.
Y se utilizaron además otras de archivo, que remiten al pasado, donde aparezco trabajando con personas que cantaron tangos, que fueron soñadores con el tango, y son ahora parte de la magia de este disco… De hecho, ahí comienza la historia del diseño y después se va desarrollando por canción…
Creo que en la sencillez, porque es un diseño realmente sencillo, es donde está la grandeza de la que habla todo el mundo. Este diseño fabuloso es una invitación a escuchar el disco, como ocurrió con el disco “Puertas”.
Realmente soy afortunada porque he podido trabajar siempre con personas muy talentosas. Todos mis discos han tenido, en su estilo, en su momento, personas que lo han levantado, que le han puesto su magia interpretando mi música a su manera, y lo han hecho muy bien. Estoy muy agradecida con todos mis diseñadores, con todos los que han tenido la gentileza de trabajar conmigo.
—En el concierto que el 1ro de septiembre repletó el Teatro Mella, también nos sorprendiste con varios invitados: la excelente guitarrista y concertista Rosa Matos, que regaló a los asistentes su versión de “Adiós Nonino”, de Piazzolla; el actor Osvaldo Doimeadiós, que recién acababa de recibir el Premio Nacional de Humor, y que no solo dirigió el espectáculo sino que compartió contigo “Balada para un loco”, de Ferrer y Piazzolla, con todo su conocido magisterio; Broselianda Hernández, magistral nuevamente en “Los mareados”, que hizo estremecer al auditorio que a su vez le reservó una de las ovaciones más intensas de la noche; y finalmente, uno muy especial, el maestro Juanito Espinosa, una leyenda del piano en nuestro país.
—El maestro Juanito Espinosa fue un invitado muy especial para mí, porque le debo mucho en mi carrera. Fui su alumna en los niveles elemental y medio, y Juanito, además de ser una gran persona, es uno de los grandes pianistas y repertoristas cubanos con los que tuve la dicha de formarme y formar un concepto de trabajo. Y fui bendecida por él. En una ocasión, en la escuela, me dijo que le había gustado mi interpretación de “Estrellita del sur” y que yo debía montar más cosas latinoamericanas. Le respondí que a mí lo que más me gustaba era el tango, y me dijo entonces: “Muchacha, pero si tu voz está hecha para el tango. Vamos a cantar, ¿cuál te sabes?”, y no me acuerdo ni cuál le dije, pero ahí mismo me acompañó y llamó a varios profesores para que me escucharan.
Juanito me dio una señal que no sé explicar. Yo cantaba tangos pero era un acto inconsciente, y su aliento, su certeza, me condujeron a cantarlos no ya en la Escuela de música, sino en el teatro, en los espectáculos del Conjunto Artístico de la FAR al que pertenecía entonces y donde predominaban el rock, el pop…, y hacerlo cuando apenas tenía veinte años.
Es verdad que siempre he cantado lo que he querido. He cantado guajiras, habaneras, tangos…, todo lo que no ha estado de moda, pero todo relacionado con la raíz, con el alma, con los verdaderos sentimientos. Y al maestro Juanito Espinosa le debo la osadía de poderme parar en cualquier escenario, siendo tan joven, y cantar tangos.
Y con Juanito Espinosa, a través de él, por ese espíritu que hay su corazón, quise que pasara el homenaje a toda la gente que en Cuba ha defendido el tango, a los que ya no están y a los que lo siguen cantando todavía.
—En varias entrevistas te has referido a que el 2011 fue el año en que los nudos se desataron. Pero fue también el año donde desplegaste una capacidad de trabajo increíble, porque casi coincidieron las grabaciones del disco de Teresita Fernández y “Naranjo en flor”. Y nada tienen que ver el espíritu de las canciones para niños de Teresita Fernández con este disco de tangos. ¿Cómo pudiste hacer ambos en tan corto tiempo?
—Bueno, el disco con Teresita fue un disco planificado, soñado, entre las dos. Cuando nos sentamos en su casa hace unos seis años a decidir canciones, yo le decía: “Te voy a decir algunas de las que a Ada le gustaban más, algunas de las que me gustan más a mí”. Por ejemplo, “Vicaria” es una de las preferidas de Ada, “Tía Jutía” es una de mis preferidas, hay otras que seleccionó Teresita. Lo que hicimos fue crear un repertorio que guardé como un tesoro, con el sueño de poder grabar ese disco. Primero iba a ser un DC, luego un DVD y nada, al final no se hacía, y fue pasando el tiempo. Pero esa música la tengo dentro, y cuando tú tienes dentro una cosa así, con mucha honestidad te sale. Tenía algo a favor: tengo un ángel cercano que se ha dedicado a abrazar la música mía, la de Teresita y la de Ada, el Guajiro Miranda. Ese ángel fue quien hizo los arreglos magistrales del disco de Teresita Fernández, porque lo puedo decir así, son arreglos magistrales, es la profundidad de lo sencillo, la palabra precisa, la madurez, la agudeza de un artista, el atrevimiento que siempre lo caracteriza. Por eso salió. Las canciones estaban dentro de mí. Era solo disfrutar, entrar al estudio solo a disfrutar.
Cuando terminé el de Teresita solo pedí un tiempo para descansar y luego hacer la mezcla. Eso fue en noviembre y en diciembre entré a grabar el disco de tangos y seguí mezclándolo sin parar. Fue por eso que pude, porque además tenía la tranquilidad de que eran dos cosas muy fuertes, potentes, profundas y, por suerte, muy diferentes. Yo me rendí ante los arreglos del disco de tangos, así como ante los arreglos de las canciones de Teresita.
Y es como único se puede explicar que pudiera hacer estos dos trabajos además del disco de José María, que bueno, aunque fue en vivo, en los estudios hemos hecho limpieza, hemos revisado. Los tres son trabajos tan diferentes, tan familiares, tan de mi casa, de mi mar, de mi calle, de mi espacio, de mi pensamiento, de mis silencios…, que fue vivir en ellos digamos que de manera formal en un tiempo particular.
“Liuba canta a Teresita” se llama el disco de Tere, un título elegido por ella desde el principio. Y el de José María se llama “Se dice cubano”, como la gira, que es un texto fabuloso de Martí. Y tiene a Cintio, y a Fina, tiene dos canciones mías, “Si me falta tu sonrisa” y un bonus track de un trabajo que hicimos con “Ausencia”, un arreglo precioso que él me hizo para “Anatomía de La Habana”; pero hay además textos de Silvia Rodríguez, del propio José María, de Gabriela Mistral, de Sor Juana Inés de la Cruz… Es un disco muy colorido que disfruto mucho, con canciones maravillosas, con poemas que me han hecho mucho bien y también mucho mal, cosa que agradezco porque hasta eso hay que agradecerle a la poesía.

Naranjo en flor
Sus tangos:
Vuelvo al sur (Texto: Fernando ‘Pino’ solanas; Música: Astor Piazzolla; Arreglo: Liuba María Hevia / Guajiro Miranda)
El cuarenta y cinco (Texto y música: María Elena Walsh; Arreglo: Guajiro Miranda / Arnulfo Guerra)
El último café (Texto: Cátulo Castillo; Música: Héctor Stamponi; Arreglo: Improvisación colectiva)
La niebla del tiempo (Texto y música: Osvaldo Montes; Arreglo: Gustavo ‘Papi’ Spatacco)
Malena (Texto: Homero Manzi; Música: Lucio Demare; Arreglo: Arnulfo Guerra)
Sus ojos se cerraron (Texto: Alfredo Lepera; Música: Carlos Gardel; Arreglo: Waldo Lavaut)
Chiquilín de Bachín (Texto: Horacio Ferrer; Música: Astor Piazzolla; Arreglo: Guajiro Miranda)
Volver (Texto: Alfredo Lepera; Música: Carlos Gardel; Arreglo: Guajiro Miranda / Arnulfo Guerra)
Cambalache (Texto y música: Enrique Santos Discépolo; Arreglo: Guajiro Miranda / Ana Liliam Báez / Arnulfo Guerra)
A un semejante (Texto y música: Eladia Blázquez; Arreglo: Ana Liliam Báez)
Maquillaje (Texto: Homero Expósito; Música: Virgilio Expósito; Arreglo: Liuba María Hevia / Guajiro Miranda)
Los mareados (Texto: Enrique Cadícamo; Música: Juan Carlos Cobián; Arreglo: Arnulfo Guerra)
Caserón de tejas (Texto: Cátulo Castillo; Música: Sebastián Piana; Arreglo: Waldo Lavaut)
Como dos extraños (Texto: José María Contursi; Música: Pedro Laurenz; Arreglo: Arnulfo Guerra)
El día que me quieras (Texto: Alfredo Lepera; Música: Carlos Gardel; Arreglo: Waldo Lavaut / Arnulfo Guerra / Guajiro Miranda)
Naranjo en flor (Texto: Homero Expósito; Música: Virgilio Expósito; Arreglo: Guajiro Miranda / Arnulfo Guerra)


Guitarra: Ana Liliam Báez / Guajiro Miranda
Piano: Waldo Lavaut
Bajo: Arnulfo Guerra
Batería: Pablo José Ordas
Percusión menor: Alexis Torrado
Con la colaboración especial de: Osvaldo Montes
Invitados Especiales: Walter Ríos: Bandoneón / Jorge Chicoy: Guitarra / Alejandro Rodríguez: Cello / Ariel Sarduy: Violín
Actriz Broselianda Hernández (Los mareados) / Trovador Santiago Feliú (El día que me quieras)
Idea Original, Selección y Dirección General: Liuba María Hevia
Producción musical: Liuba María Hevia / Arnulfo José Guerra
Asistente de producción: Carla Ferret
Diseño gráfico: Iris Fundora
Fotografía: José Novelle
Fotografía en el estudio: Olivia Prendes
Corrección de textos e investigación: Olga María Gutiérrez / Olga Lidia Pérez
Revisión de textos en las puestas de voces: Ernesto Courí
Grabación: Orestes Águila / Rebeca Alderete
Asistente de grabación: Onel Cuellar
Mezcla: Orestes Águila
Masterización: Víctor Cicard
Dirección General: Magda Resik Aguirre
Coordinadora general por La Ceiba: Alina Llerena Rosell
Relaciones Públicas: Yalena Gispert de la Osa
Impresión: Escandón Impresores. Sevilla. España
Los ingresos provenientes de la venta de este CD serán destinarás a la rehabilitación integral del Centro Histórico de La Habana. Este producto se distribuye bajo Licencia de la ACDAM.
Asistencia legal a las producciones discográficas La Ceiba a cargo de Consultores y Abogados Internacionales.
Producido por: Habana Radio, Emisora de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.






[2] Félix Contreras, en “Cuando tú tienes cuatro ideas en tu cabecita ya no te sientes solo”. Entrevista a Félix Contreras por Olga Lidia Pérez. El Caimán Barbudo, Edición No. 358, julio de 2010
[3] José Antonio Pérez Miranda, el Guajiro Miranda, guitarrista, compositor, lutier y arreglista cubano.
[4] Versos pertenecientes al tango “Maquillaje”, con texto de Homero Expósito y música de Virgilio Expósito.
[5] Filme canadiense de 2001, dirigido por André Melançon.